Es toda una espiritualidad, claro. O mejor dicho: una falsa espiritualidad.
Bien moderna, esta falsa espiritualidad ensucia el alma, maldiciéndola y esclavizándola. Su historia se remonta a las grandes migraciones campo-ciudad que sucedieron a lo largo de todo el siglo pasado.
Los medios de producción volcaban sus productos masivamente en las grandes urbes. Así aparecieron las grandes cadenas de super-mercados, el gran símbolo visible del Consumismo.
Hay también símbolos invisibles... producción, transporte y encarecimiento. Un producto llegado a la góndola puede costar décimas del precio final. Pero está a la vista, múltiple y accesible.
Múltiples y accesibles productos, también teorías espirituales, muchas de ellas venidas de Oriente, aunque deformadas y pre-digeridas al máximo. Digestos... para el consumo.
Pero seguimos queriendo verdad, seguimos anhelando certidumbre. Por eso en esta época donde todo pareciera ser múltiple y accesible cual super-mercado: redundamos en infelicidad.
Y desde la infelicidad volvemos al tradicionalismo. Resueltamente regresamos a lo tradicional, a un "ancla" firme. Y es bueno que haya un norte definido. Es que siempre buscaremos certidumbre.
La incertidumbre molesta. Este super-mercado de teorías no hace bien; confunde, y nuestra necesidad de un referente de Ética seguirá allí. En lo hondo del alma.
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